Cada día es más patente que los patrones de producción, distribución de la riqueza y consumo han provocado una profunda crisis ambiental, han deteriorado gravemente las condiciones de vida de grandes grupos de la población mundial y ponen en grave riesgo el bienestar de las generaciones futuras. La pobreza y el hambre se mantienen como realidades cotidianas para millones de personas, mientras distintas crisis ambientales se acercan a niveles irreversibles.
La búsqueda del crecimiento económico ilimitado, basado en la sobreexplotación y extracción desmedida de bienes naturales, en el desmantelamiento del Estado y en patrones insostenibles de consumo, tiene hoy profundas implicaciones de destrucción ambiental, daños en la salud pública y una desigualdad social que ha alcanzado niveles inéditos. La emergencia y la profundidad de la pandemia por el SARS-CoV-2 fue resultado de estos procesos de deterioro presentes en distintas escalas y puso de manifiesto la enorme desigualdad social que existe en las sociedades contemporáneas.
Las crisis socioambientales a las que el modelo económico vigente ha dado lugar, particularmente a partir de la intensificación de la globalización económica en los años 90, hacen hoy necesario el impulso de transformaciones profundas. En este contexto, la construcción de la sustentabilidad es un imperativo de corto y mediano plazo, para la viabilidad de las sociedades y las formas de vida que conocemos. Desde hace décadas, las agendas de desarrollo y cooperación internacional reconocen la necesidad de atender las crecientes problemáticas socioambientales a través de un “desarrollo sustentable”.
Este concepto fue utilizado por primera vez en 1987 en el informe Nuestro futuro común, de la Comisión Mundial para el Medio Ambiente y el Desarrollo de la Organización de las Naciones Unidas, encabezada por la ex-primera ministra de Noruega, Gro Harlem Brundtland, y definido como; “aquel que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer las propias” (CMMAD, 1987). A partir de entonces, numerosos actores de gobierno, sociedad civil, sector privado, personal académico de distintas disciplinas, pueblos y comunidades, han planteado rutas que buscan la disminución de los impactos de las actividades productivas y de reproducción social en los sistemas ecológicos, buscando en distintos casos, incidir también en la mejora de las condiciones de vida de las poblaciones.
La construcción de la sustentabilidad, atendiendo a las dimensiones ecológicas, sociales y económicas, es una tarea que demanda la articulación de visiones, voluntades y acciones de diversos actores presentes en distintas escalas. La complejidad de esta articulación es evidente en las grandes dificultades que enfrenta el cumplimiento de acuerdos tan importantes como el Protocolo de Kyoto, el Acuerdo de París, el Marco de Sendai, las Metas de Biodiversidad de Aichi o los propios Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030.
La magnitud de la crisis climática, el colapso de la biodiversidad terrestre y marina, y las desigualdades; política, económica, social y ambiental, así como, la vulnerabilidad creciente, hacen imperativo renovar esfuerzos interdisciplinarios, transdisciplinarios y multilaterales para avanzar hacia la sustentabilidad, entendida como un futuro viable y digno para todas las personas, así como para el resto de los seres vivos con los que compartimos el planeta.
En este contexto, es posible decir que el concepto de sustentabilidad está en constante evolución; sin embargo, hay cierto consenso en que la sustentabilidad tiene que entenderse como un sistema complejo, que requiere mantener la funcionalidad de sus dimensiones a lo largo del tiempo y que requiere abordarse desde una perspectiva transdisciplinaria e integrativa que analice las relaciones entre sociedad-naturaleza, identifique los problemas que emergen y construya soluciones desde el reconocimiento de los distintos saberes.
Referencias bibliográficas
- Comisión Mundial del Medio Ambiente y Desarrollo (CMMAD). 1987. Our common future. Oxford, Oxford University Press. (Traducción en castellano: 1988, Nuestro futuro común, Madrid, Alianza Editorial).
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- 1980. Se publica la Estrategia Mundial para la Conservación, elaborada por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y el Fondo Mundial para la Vida Silvestre (WWF), con la que buscan mantener los procesos ecológicos esenciales, preservar la diversidad genética y garantizar un aprovechamiento sostenible de la biodiversidad.
- 1992. Se realiza la segunda Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro. En ella se publica la Declaración de Río sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, que postula 27 principios básicos sobre desarrollo sostenible y las obligaciones de los Estados en lo que se refiere a la protección de los derechos ambientales de los seres humanos. Además, se firmaron otros acuerdos internacionales importantes para la construcción de las instituciones ambientales multilaterales, tales como el Convenio Marco sobre Cambio Climático y el Convenio sobre la Diversidad Biológica.
- 2015. Se firma el Acuerdo de París, que sustituye al protocolo de Kyoto como principal instrumento en la lucha contra el cambio climático, y establece la meta de mantener un aumento de la temperatura global menor a 2°C, además de promover medidas de mitigación y adaptación a este proceso de cambio global.